Ciudad Guatemala

Infierno en casa: la pesadilla de los padres que se ven obligados a vivir con sus hijos adultos por razones económicas


Morgan y Sue no comparten puntos de vista cuando se trata de la casa.

  09 abril, 2019 - 17:55 PM

Es muy común en América Latina —y cada vez más en otras partes del mundo— que los hijos sigan viviendo en la casa familiar años después de que han empezado a trabajar, por la brecha que existe entre los alquileres y los salarios. Sue Elliott-Nicholls y su hijo Morgan Elliot concuerdan en que la convivencia puede ser una pesadilla. Esta es la historia, contada por Sue, con comentarios de Morgan.

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Es un día particularmente cálido de primavera. Llego a la casa. He tenido un buen día en el trabajo y fue muy agradable regresar a la casa en bicicleta. Disfruto de las noches ahora que hay más luz.

Llego temprano. Apenas son las cuatro de la tarde. Quizás pueda tomarme una taza de te en el patio.

Y de repente, me azota.

Abro la puerta de la casa y me envuelve un aire caliente como si fuera un ventarrón del Sahara.

¡Tiene la maldita calefacción encendida!

Le cuento a una vecina. Ella saca un tapón de bañera de su bolsillo y me lo muestra.

“Lo saco así no puede pasarse toda la tarde en la bañera, mientras yo trabajo para asegurarme de que tengamos un techo”, dice.

Puede que estés pensando en que las dos estamos en relaciones amorosas disfuncionales. Y, de alguna manera, lo estamos… ¡Pero con nuestros hijos!

Tienen alrededor de 20 años y se ven obligados a vivir con nosotros porque sus salarios no les alcanzan para pagar una renta en Londres (y me refiero solo a la renta, olvídate de las cuentas).

Según el centro de investigación Civitas, el 49% de los jóvenes de 23 años vive con sus padres. En 1998, era el 37%.

Estos son nuestros hijos. Los que no son lo suficientemente privilegiados como para disfrutar los servicios del “banco de mamá y papá”, pero son lo suficientemente privilegiados como para disfrutar (o no) la vivienda de sus padres, a una renta muy subsidiada.

Debo decir que en este punto, mi hijo Morgan no es un vago. Es trabajador, motivado para hacer dinero y salir adelante en la vida.

Me da un poco de pena. Después de vivir tres años en Manchester, disfrutando de su independencia, dejando los platos sucios por días y toallas mugrientas por el suelo, tener que regresar a vivir en una pequeña habitación en una casa donde pueden escuchar todas tus conversaciones —y hasta tu respiración— debe ser desesperante.

¿Pero cómo hago para dejar de ser una madre pesada y dejar tranquilo a mi hijo?

Comentario de Morgan: esta chaqueta Moncler en la que gasté casi todo mi préstamo estudiantil no es lo suficientemente abrigada para las condiciones árticas en las que me he encontrado recientemente.

Creo que ni un oso polar podría sobrevivir las temperaturas que nos hace soportar mi madre. Es irónico que gaste literalmente US$13 por día en café, pero no pueda pagar por calentar la casa para su querido hijo.

Morgan
Morgan contribuye en las tareas domésticas, pero no hace las cosas del mismo modo que su madre.

Hay vasos en lavaplatos que está lleno de agua sucia porque lo cargaron mal. Él tiene un título universitario, ¿cómo es posible que no sepa poner un vaso en el lavaplatos?

El chorizo delicioso para la cena familiar desapareció. ¿Quizás pueda usar una pechuga de pollo para la cena? No, aparentemente no. ¿O las costillas de cordero? No, tampoco. No quedaron ninguna de estas cosas.

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“¿Qué?”, dice. “No me dijiste que no las coma”.

Hemos retrocedido. Ha vuelto a ser un adolescente petulante y yo, una gritona.

Comentario de Morgan: dado que soy su hijo, tiene sentido que mi madre quiera alimentarme. Sin embargo, este no parece ser el caso. A veces, veo un pedazo de pollo en la nevera y puede que decida cocinarlo. El teléfono de mi madre está apagado, pero seguro que darle a su hijo algo de comer no puede ser un gran problema. No es así. Una pequeña decisión mía se ha transformado en una situación por la que me pueden echar de la casa. Y esto no es una exageración. “¡Eres un hombre de 23 años!“, me grita. “¡Exactamente! ¡Y un hombre de 23 años necesita comer!”.

Hablemos de la calefacción. ¿Mencioné antes lo de la calefacción?

Si hace frío y estoy trabajando en la casa, prendo le estufa en una habitación. Imagina mi furia cuando lo veo por la casa en camiseta y calzoncillos, con todos los radiadores encendidos.

¿Qué hago en esta situación?

  • Opción 1: le doy unos golpes. No, tiene 23 años. Esta no es una opción.
  • Opción 2: le digo que pague más de alquiler y me arriesgo a una discusión por dinero.
  • Opción 3: entro en modo zen y pago más por la calefacción e ignoro la voz dentro mío que me dice que es tremendo.
  • Opción 4 : le pido que se vaya si no puede hacer nada para que no aumenten las cuentas. Parece un poco drástico…

Es el gasto escondido lo que Morgan no ve. Cuesta dinero poner a andar el lavarropas solo por un par de cordones.

El horno encendido al máximo por una salchicha y que luego queda prendido todo el día cuesta dinero.

“He estado pensando en apagar el gas cuando estamos fuera”, se ríe mi marido. Yo también me río, hago una pausa y le pregunto. “¿Se puede?”.

Él le cuenta a nuestro hijo cómo, en su época, se esperaba que contribuyera con la mayor parte de su sueldo a las arcas familiares.

Tony, Morgan y Sue Elliott-Nicholls
Parece que hemos hecho una regresión, dice Sue.
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“Pero eso fue hace 350 años y eran tiempos más difíciles”, digo, una vez más, desautorizándolo como cuando los niños eran pequeños. Toda la familia está haciendo una regresión.

Si fuésemos compañeros de casa, ya nos habríamos matado.

Pero más tarde, como suele pasar en las familias, nos reímos todos juntos en la cocina y nos olvidamos de los malos ratos.

Hasta la próxima vez…

Comentarios de Morgan: Desafortunadamente para mí, tengo muchos amigos ricos, por eso la idea de que mi mamá tome dinero mío en vez de darme dinero para ayudarme a pagar un alquiler me parece absurda. No es un problema en sí y entiendo que hay que pagar las cuentas, pero parece que mi alquiler aumenta casi todos los meses.

Mi mamá busca cualquier excusa para subirla y cuánto más gano, más quiere que pague. El sistema parece un engaño de esos de internet. Un contrato de seis meses al menos me permitiría hacerme una idea de qué presupuesto necesito para los próximos meses. Y eso, por supuesto, incluye la compra de zapatos deportivos.

Morgan dice que se siente juzgado por nosotros y, en cierto punto, es verdad.

Pero también siento que él nos juzga. Cuando nos tiramos en el sofá el viernes por la noche con unas cervezas y unas papitas fritas, y los chicos empiezan a salir en el momento en que estamos pensando en ir a dormir, me siento una fracasada.

Cuando salimos o cuando vienen a visitarnos amigos, se lo cuento orgullosa a mis hijos y me doy cuenta de que estoy esperando aprobación. “Mira tengo amigos, tengo una vida social, soy cool yo también”.

Comentarios de Morgan. Hablando de juzgar, imaginen este escenario que no es hipotético: acabo de llegar del trabajo y estoy completamente exhausto. Tengo ganas por una vez de fumar un porro. En el verano me iría muy feliz a fumar en el parque, pero en este preciso momento el jardín me parece lo más apropiado. Pero, si me descubre mi madre, va a pensar que son un drogadicto. Y, a juzgar por la conmoción que causa el hecho de que suba la calefacción, no creo que tenga el dinero suficiente como para mandarme a un centro de rehabilitación este año. Además, la ventana de mi hermano está abierta y si el viento empuja el humo hacia su cuarto, mi padre se dará cuenta y tendré que dejar de fumar. No que él haya sido mejor que yo a mi edad.

Sí es verdad, juzgo. Noto sus zapatillas nuevas.

“¿Por qué compras zapatos deportivos de US$200 cuando deberías estar ahorrando para el depósito de un departamento”, menciono casualmente.

Apenas estas palabras salen de mi boca me arrepiento. Cuando yo era joven, de hecho eso era cuando él era un bebé, yo me compraba ropa cara porque en ese entonces no tenía esperanzas de poder comprar una casa.

“Si pago renta, al menos debería poder traer chicas a casa”, dice Morgan.

Bueno, chicas sí, pero amigas. En última instancia, esta es aún una casa familiar.

Morgan y Spencer
 Morgan y su hermano Spencer. Ambos viven aún con su familia.
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Viviendo en una casa con todos hombres, no hay nada que me guste más que que venga una chica. Casi les suplico que no se vayan cuando las veo salir por la puerta.

Pero esta no es una casa de solteros, así que si vienen, me gustaría al menos verlas y hablar con ellas.

Ahora me siento como una mojigata. Una neurótica y miserable mojigata.

¿Otras culturas lo harán mejor? ¿Tienen reglas?

Comentarios de Morgan: Son las 3 de la mañana en Shoreditch (un lugar de salida de los jóvenes en Londres). Y puede que haya encontrado a mi posible futura esposa. Dimos vuelta por la zona como 10 veces tratando de encontrar un bar abierto pero no tuvimos suerte. Actúo como si no tuviera un lugar donde llevarla.

Claro que tengo, pero no sé cuán cómodo será que conozca a mi familia tan pronto. Ellos asumirán que es mi novia y empezarán a hacerle preguntas. O peor, ¿y si el baño está hecho un asco?

Me estoy empezando a preguntar si no sería bueno alquilar algo barato. Cuando era joven, era más fácil llevar chicas, pero ahora ya son mujeres.

“Apenas se vaya lo vas a extrañar”, dice una amiga.

“Y luego vuelven y tienes que acostumbrarte, y luego se van de nuevo”.

Morgan y Spencer
Aunque Morgan trabaja y está motivado para ganar dinero, su salario no alcanza para pagar una renta en Londres.
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Un estudio llevado a cabo por la London School of Economics dice que este ir y venir de los hijos causa un deterioro en la salud mental de los padres.

Pero sé que lo extrañaré cuando se vaya. Mis hijos tienen ahora 17 y 23, y cuando estamos todos juntos charlando en la cocina o cuando los escucho reír en la sala, me emociona pensar en lo fantásticos que son.

Son una compañía excelente, graciosos, interesantes, considerados y divertidos.

Un día se irán. “Pero eso está bien”, me digo. “Regresarán muy pronto”.

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