Siguió cantando hasta el último suspiro: Charles Aznavour, embajador mundial de la canción francesa del siglo XX y autor de un excepcional repertorio de nostalgia, falleció en la madrugada del lunes a los 94 años.
De origen armenio, el cantante francés más conocido en el extranjero murió en las Alpilles, en el sureste de Francia, suscitando una ola de tristeza entre personalidades y seguidores.
Aznavour, que vendió 180 millones de discos a lo largo de ocho décadas, no había dado su carrera por terminada.
Acababa de volver de una gira por Japón, tras haberse visto obligado a anular varios conciertos este verano (boreal) debido a una fractura del brazo, provocada por una caída.
Tenía previsto actuar el 26 de octubre en Bruselas.
Y es que Aznavour parecía rejuvenecer cada vez que cantaba: debutaba sus conciertos con la voz rota y el cuerpo frágil, pero los concluía ligero como una pluma, delante de su lector electrónico.
En la capital armenia, Erevan centenares de personas colocaban velas la noche del lunes alrededor de la estrella que hay en la plaza que lleva su nombre, mientras altavoces difundían algunas de sus canciones.
“Toda mi juventud, mi primer amor, la primera decepción (…) todos los momentos emocionantes de mi vida estuvieron acompañados por la música de Aznavour”, dijo Elena Arutiunian, de 62 años.
En Francia, frente a la imponente reja de su casa en Mouriès, en Provence (sur), decenas de fans se acercaron a depositar flores, incluso una bandera armenia.
“No soy viejo, sino mayor. No es lo mismo”, bromeaba Aznavour en declaraciones a la AFP. Una manera de desafiar el paso del tiempo para quien el éxito artístico le vino tarde, a los 36 años, una noche de diciembre de 1960.
En la sala Alhambra de París, dio el concierto de la última oportunidad, tras haber sido blanco de la crítica que no creía ni en su talento escénico ni en su voz. Pero esa noche hizo cambiar a todos de opinión al interpretar “J’me voyais déjà”, sobre las ilusiones perdidas de un artista.
Escribió también para los grandes artistas franceses, como Juliette Gréco, Gilbert Bécaud y Edith Piaf, quien le apoyó decididamente y fue uno de sus “cuatro puntos cardinales, junto a Charles Trénet, Constantin Stanislavski y Maurice Chevalier”.
“Se atrevió a cantar el amor tal y como lo sentimos, como lo hacemos, como lo sufrimos”, dijo de él Chevalier, fallecido en 1972.
“Sus obras maestras, su timbre, su resplandor único le sobrevivirán mucho tiempo”, afirmó el presidente francés, Emmanuel Macron, tras conocerse la noticia de su muerte.
Nacido el 22 de mayo de 1924 en París, de padres armenios, Aznavour triunfó con canciones como “La Bohème”, “La Mamma”, “Comme ils disent”, “Mes emmerdes”.
En 1998, la CNN y la revista Time lo coronaron como “artista de entretenimiento del siglo”.
“¿Cuáles eran mis desventajas? Mi voz, mi estatura, mis gestos, mi falta de cultura y de instrucción, mi franqueza, mi falta de personalidad. Los profesores me desaconsejaron cantar. Pero cantaré aunque me desgarre la glotis”, escribió en una autobiografía.
Aunque no había compuesto ninguna gran canción en los últimos 30 años, Aznavour mantuvo intacto su mito sobre el escenario, actuando en las salas más prestigiosas del mundo. Como una revancha para quienes no le veían ningún futuro y que “murieron hace mucho tiempo, mientras que yo… sigo aquí”, aseguraba.
Participó además en unos 80 filmes entre estos “Tirer sur le pianiste” de François Truffaut y “El tambor de hojalata” de Volker Schlondorff.
Este artista preocupado por el drama de los migrantes recordaba a menudo su apego a Francia y a Armenia, “los dos son inseparables como la leche y el café”, resumió el año pasado al recibir su estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Con información de: nip-app/age/mb© Agence France-Presse