Y Fidel me preguntó: Y a ti, ¿quién te va a tomar la foto, chico?
Así fue como quedé para la eternidad de un papel satinado el momento cuando le estreché la mano a Fidel Castro. La única foto que realmente he querido tomarme con alguien.
El gobierno de Alvaro Arzú decide reanudar relaciones diplomáticas con Cuba. Un grupo de empresarios se suma a la enorme lista de la delegación oficial que lo acompañaría a esa histórica visita. Y allí estaba yo, como el único periodista presente.
Con Luis, el camarógrafo designado para que me acompañara, nos embarcamos para cubrir esta reunión trascendental para los presentes. En Guatemala, a muchos no les gustó la decisión del presidente Arzú y la prensa de ese entonces, reflejaba las diversas opiniones: unos a favor y otros en contra.
Pero en el fondo, tan solo se estaba haciendo oficial lo que muchos empresarios venían realizando “bajo el agua”, o sea, negociaban diversos productos con el gobierno cubano sin que el hermano mayor, Estados Unidos lo supiera. Digo yo, porque ellos todo lo saben… más cuando defienden sus negocios y su política interna y exterior.
Los empresarios iban acompañados, en su mayoría, por sus esposas, otros fueron de solteros por aquello de que en la isla se podía conseguir a una cubana dispuesta a pasar unos buenos momentos con la gente que llegaba forrada de dinero.
El mito del sexo en Cuba
Eran tanto los mitos sobre este tema, que cuando estábamos cenando, acompañados de un jefe militar de la avanzada del presidente Arzú, y con sus buenos wiskies entre pecho y espalda, se atrevió a ofrecerle dinero a la joven que servía la comida. Como buen macho, quiso demostrar frente al grupo, que él era el que tenía el control de todo a su alrededor.
Y es que ni siquiera se paró para hablarle en privado. No. Se lo soltó de sopetón sin importarle para nada que el resto de hombres que le acompañában en la mesa escucharábamos sus palabras altaneras y ofensivas. Incluso, se atrevió a tomarle la mano mientras le soltaba su “galán” ofrecimiento.
Y allí se rompió eso que decía del mito que las cubanas se iban a la cama por una pasta dental, un rollo de papel de baño, o dinero en efectivo. Se le quedó viendo con enojo y le respondió que se había equivocado. “Yo trabajo aquí de noche, pero soy una estudiante de física cuántica en la universidad, tengo un doctorado en matemáticas y no soy ninguna prostituta. ¿Necesita algo más, señor?”, preguntó con orgullo.
El grupo que estábamos en la mesa no dijimos nada. Yo, en mi interior, me sentí tan satisfecho con la respuesta, porque ese militar había recibido un sonoro cachetazo con altura y dignidad. Como han sido las acciones de las grandes mayorías de ese pueblo isleño.
El hombre se puso rojo, porque era de tez blanca y solo atinó a decir, “disculpe, era una broma”. Y metió casi literamente la cara en el plato. Ella se alejo y el silencio se adueñó de nuestra mesa, donde cada quién se dedicó a saborear la carne de cerdo preparada por un chef cubano que luego nos fue a saludar.
Un momento único con Fidel Castro
Al día siguiente llegó el Presidente Arzú y se iniciaron todas las reuniones programadas y se suscribieron acuerdos de cooperación donde sobresalía el envió de médicos cubanos a Guatemala y se firmaron acuerdos diplomáticos para abrir embajadas en ambos países.
En la noche, se programó una reunión privada para la delegación guatemalteca y la gran novedad era que allí estaría como anfitrión el comandante Fidel Castro. Efectivamente, fuimos conducidos al palacio de gobierno, cerca de la Plaza de La Revolución. Los empresarios con sus mejores galas, sus esposas luciendo sus vestidos de noche y joyas especiales para la ocasión.
Parado con toda su estatura física y moral, el señor Fidel Castro, saludaba a cada uno de los guatemaltecos que hacían una larga cola para darle la mano a su enemigo ideológico pero ahora amigo comercial ya que se habían abierto infinidad de negocios para los empresarios.
Como no se podía entrar cámaras de video en esa reunión, me paré enfrente de donde Fidel saludaba a cada uno de los invitados especiales, encabezados por el Presidente y los ministros de su Gabinete. Luego el resto de la delegación. Como estaba parado allí solo siendo testigo de ese momento inolvidable para muchos de los empresarios, al primero se le ocurrió ir hasta mi lugar y pedir por favor, que inmortalizara ese momento con su cámara fotográfica.
Cuando me vine a dar cuenta, me habían convertido en el fotográfo oficial de todos ellos, incluyendo por supuesto a los ministros de Estado y todo el séquito que acompañó ese día al mandatario guatemalteco. Y lo hice sin problemas, tomé las fotos cuando estrechaban la mano de Fidel.
Cuando pasaron todos, y ya no había más cámaras en mis manos, decidí ir a darle la mano a Fidel Castro. Era mi momento. No podía desaprovechar el hacerlo. Me acerqué porque sentí que él estaba esperando que lo hiciera. Pero al llegar hasta él, me preguntó con esa voz tan suya: Y a ti, ¿quién te va a tomar la foto, chico?
Nadie, respondí con voz apagada, pero feliz por estar frente a él. Eso no lo voy a negar ahora, ni nunca. Se volteó y le habló a un hombre que estaba atrás de él: Haz el favor de que nos tomen una foto con el compañero fotográfo guatemalteco. Y así fue como quedé para la eternidad de un papel satinado el momento cuando le estreché la mano a Fidel Castro y pude hablar unos momentos con él. La única foto que realmente he querido tomarme con alguien.