Ciudad Guatemala

Así fue el “secuestro de avión más largo y espectacular del mundo”


En el momento más álgido de la ola de secuestros de los años sesenta, en Estados Unidos, un avión era secuestrado en promedio cada seis días. Esta semana, se cumplen 50 años desde que Raffaele Minichiello realizara, como se reportó en su época, el secuestro de un avión "más largo y más espectacular" de todos. ¿Podrán perdonarlo alguna vez quienes estuvieron a bordo del vuelo?

  07 noviembre, 2019 - 17:55 PM
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21 de agosto de 1962

Bajo las colinas del sur de Italia, al noreste de Nápoles, una falla se rompió y la tierra comenzó a temblar.

Quienes vivían en la superficie, en una de las zonas más proclives a los terremotos de Europa, estaban acostumbrados a ello.

El terremoto de 6,1 de magnitud en las primeras horas de la noche fue suficiente para asustar a todo el mundo, pero fueron las dos poderosas réplicas las que provocaron los mayores daños.

A 20 Km del epicentro, vivía la familia Minichiello, incluido Raffaele, que entonces tenía 12 años.

Para cuando la tierra dejó de sacudirse, su pueblo, Melito Irpino, era inhabitable. La familia se quedó sin nada y ninguna persona en posición de autoridad se acercó a brindarles ayuda, recuerda Raffaele.

El daño fue tal que casi todo el pueblo fue evacuado, y más tarde la ciudad fue reconstruida. Muchas familias regresaron, pero los Minichiello decidieron partir hacia EE.UU. en busca de una mejor vida.

Pero lo que Raffaele Minichiello encontró en su nuevo país, en cambio, fue guerra, trauma y mala fama.

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01:30; 31 de octubre 1969

Vestido de camuflaje, Raffaele Minichiello subió al avión en Los Ángeles con un boleto de US$15,50 en la mano con destino a San Francisco.

Esta era la última parada del vuelo 85 de Trans World Airlines que había partido hace varias horas de Baltimore, antes de hacer una parada en St. Louis y Kansas City.

La tripulación estaba compuesta por tres pilotos en cabina, acompañados por cuatro jóvenes azafatas, la mayoría de las cuales había empezado a trabajar pocos meses antes.

La más experimentada era Charlene Delmonico, una joven de 23 años de Misuri que venía volando con la compañía desde hacía tres años.

Delmonico había cambiado su turno para volar en el TWA85, ya que quería estar libre durante la noche de Halloween.

Antes de salir de Kansas City, el capitán Donald Cook (de 31 años) le informó a las asistentes de vuelo de un pequeño cambio: si querían entrar a la cabina, debían tocar un timbre al costado, en vez de golpear la puerta.

El vuelo aterrizó en Los Ángeles tarde por la noche. Unos pasajeros bajaron, mientras que otros subieron para hacer el corto viaje a San Francisco.

Las azafatas comenzaron a chequear los billetes de los que se sumaban al vuelo. Pero a Delmonico le llamó la atención uno de los nuevos pasajeros, sobre todo por su bolso.

El joven bronceado vestido de camuflaje y con su peinado pelo castaño ondulado parecía un tanto nervioso al entrar, pero se mostró amable. Un contenedor delgado se le asomaba por su mochila.

Delmonico se dirigió al compartimiento de primera clase, donde sus colegas Tanya Novacoff y Roberta Johnson guiaban a los pasajeros hacia sus asientos.

“¿Qué era eso que sobresalía de la mochila de joven?”, les preguntó a sus compañeras. La respuesta -una caña de pescar- la tranquilizó, y regresó a la parte trasera de la aeronave.

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El TWA85 en pleno secuestro en el aeropuerto de Denver, el 31 de octubre de 1969.

El vuelo no estaba lleno. Con solo 40 personas a bordo, había espacio para que cada uno buscase una fila en la que estirarse y dormir.

Entre los pasajeros estaban los integrantes de la banda de pop Harpers Bizarre, que pasados dos años de su último hit (una adaptación de un tema de Simon & Garfunkel) alcanzaría el pico de su fama unas horas más tarde.

El guitarrista Dick Scoppettone y el baterista John Petersen se sentaron cómodamente sus asientos del lado izquierdo del avión y encendieron sus cigarrillos.

Era la 01:30 del viernes 31 de octubre de 1969. 15 minutos después de que comenzara el vuelo del TWA85 desde Los Ángeles a San Francisco, empezó el secuestro.

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Con las luces bajas para que los pasajeros pudiesen descansar, Charlene Delmonico comenzó a ordenar la cocina en la parte trasera junto con su colega Tracey Coleman, una joven de 21 años que había comenzado a trabajar en TWA hace 5 meses.

El pasajero nervioso y de camuflaje se acercó a la cocina y se paró al lado de ambas. Tenía un rifle M1 en su mano. Delmonico, calmada y profesional, le respondió simplemente: “No deberías tener eso”.

Él respondió dándole una bala de 7,62mm para mostrarle que estaba cargada, y le ordenó que lo condujera a la cabina para enseñarle a la tripulación.

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Charlene Delmonico (derecha) le muestra a la prensa cómo se desarrolló el secuestro. Está acompañada por Tanya Novacoff (izquierda) y Roberta Johnson (centro).

El movimiento al fondo del pasillo despertó a Dick Scoppettone. Por el rabillo del ojo vio a Delmonico seguida de un hombre que la apuntaba por la espalda con un rifle.

Su compañero John Petersen lo miró atónito desde unas filas más adelante.

Uno de los pasajeros sentados atrás, Jim Findlay, se levantó para confrontar a Minichiello. Este se giró y le gritó a Delmonico: “¡Alto!”

“Este hombre es un soldado”, pensó la azafata.

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El joven mandó a Findlay a sentarse y se acercó junto con Delmonico a la cabina.

“Hay un hombre detrás de mí con un arma”, le dijo la azafata a sus compañeras que se hicieron rápidamente a un lado mientras ambos avanzaban por el pasillo detrás de la cortina del compartimiento de primera clase.

Algunos pasajeros escucharon a Minichiello gritarle a Delmonico a medida que se ponía más nervioso al acercarse a la cabina, pero la mayor parte del tiempo se comportó de forma amable y respetuosa.

Cuando se abrió la puerta, Delmonico le informó a la tripulación que había un hombre detrás de ella con un arma.

Minichiello entró y apuntó con su rifle los tres hombres: primero al capitán Cook, luego al copiloto Wenzel Williams y al ingeniero de vuelo Lloyd Hollrah.

Minichiello parecía estar bien entrenado y bien armado, pensó Williams. Sabía qué quería de la tripulación y estaba decidido a conseguirlo.

Después de que Delmonico salió de la cabina, Minichiello se dirigió a los tres hombres y, en un inglés con un fuerte acento extranjero les dijo: “Giren hacia Nueva York.”

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Scott Werner, agente especial del FBI, muestra la bala que Minichiello le entregó a Charlene Delmonico

La inusual imagen de un hombre caminando por el avión con un arma no pasó desapercibida para el resto de los pasajeros que aún estaban despiertos.

Los integrantes de Harpers Bizarre se sentaron rápidamente uno al lado del otro mientras se preguntaban azorados cómo el hombre había podido ingresar al avión con un rifle.

Cerca estaba Judi Provance, una asistente de vuelo de TWA que ese día no estaba trabajando. Estaba regresando a su casa en San Francisco. Todos los años, ella y otros empleados de TWA participaban en un entrenamiento sobre cómo responder durante emergencias, incluidos los secuestros.

Lo más importante que le enseñaron fue mantener la calma y no sembrar pánico. Otra lección era no prendarse del secuestrador: le dijeron que era fácil para éste despertar la compasión de la tripulación.

Provance mencionó en voz baja a quienes la rodeaban que había visto a alguien caminando por el pasillo con una arma.

Jim Findlay, el hombre que había tratado de intervenir antes, también era piloto de TWA, aunque viajaba como pasajero. Revisó los bolsos del secuestrador para descubrir su identidad y asegurarse de que no hubiera más armas a bordo.

La voz del capitán Cook se escuchó por el altoparlante: “Tenemos aquí a un joven muy nervioso y lo vamos a llevar a donde quiera ir”.

A medida que el avión se alejaba cada vez más de San Francisco, otros mensajes fueron comunicados a los pasajeros, o empezaron a circular: iban a Italia, Denver, Cairo, Cuba.

La tripulación dentro de la cabina temía por su vida, pero algunos pasajeros vivían lo que ocurría como parte de una aventura. Rara, pero aventura, al fin y al cabo.

No era raro que la gente a bordo del TWA85 pensara que iban hacia Cuba. Por mucho tiempo fue el destino preferido de los secuestradores.

Desde principios de 1960, varios estadounidenses desilusionados con su patria y tentados por la promesa de un ideal comunista huyeron a Cuba, después de la revolución de Fidel Castro.

Como los aviones estadounidenses normalmente no volaban a la isla, el secuestro era una forma de llegar allí.

Y aceptando a secuestradores de EE.UU., Castro podía avergonzar y molestar a su enemigo a la vez que exigir dinero por la devolución del avión.

Un período de tres meses en 1961 anunció el comienzo del fenómeno del secuestro.

El 1º de mayo, Antulio Ramírez Ortiz se subió a un vuelo de National Airlines en Miami con un nombre falso y tomó el control de la aeronave amenazando al capitán con un cuchillo de cocina.

Le exigió que lo llevaran a Cuba, donde quería advertir a Castro de un complot para matarlo, que había sido totalmente imaginado por él.

Otros dos secuestros se sucedieron los meses siguientes, y en los 11 años que siguieron fueron secuestrados 159 vuelos comerciales en EE.UU., explica Brendan I Koerner, en su libro “The Skies Belong To Us: Love and Terror in the Golden Age of Hijacking”.

Los secuestros que acababan en Cuba eran tan comunes, escribe, que en un momento se les daba a los capitanes de aerolíneas estadounidenses mapas del Caribe y guías en español, en caso de que tuviesen que aterrizar inesperadamente en La Habana.

Incluso se sugirió en algún momento construir una réplica del aeropuerto de La Habana en Florida, para hacerles creer a los secuestradores que habían llegado a Cuba.

Los secuestros eran posible debido a la falta de seguridad en los aeropuertos. Sencillamente no se chequeaba el equipaje de los pasajeros porque nunca había habido problemas hasta que empezaron los secuestros.

Y luego, la industria aeronáutica se resistía a introducir chequeos porque temía que esto arruinara la experiencia de viaje e hiciera más lento el proceso de facturación.

“Vivíamos en un mundo diferente”, le dice a la BBC Jon Proctor, empleado de TWA en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles en los años 60.

“La gente no hacía explotar aviones. En todo caso, podían secuestrarlo y llevarlo a Cuba, pero no trataban de hacerlo explotar”.

Más tarde se supo que Raffaele Minichiello había desarmado el rifle y lo había puesto en un tubo antes de subir al avión. Luego lo había ensamblado en el baño de la aeronave.

Para cuando ocurrió el secuestro del TWA85, ya se habían producido 54 secuestros de aviones en el país en 1969, el equivalente a uno cada seis días. Pero nadie los había hecho volar hasta otro continente.

La tripulación recibía mensajes cruzados de su nervioso pasajero: quería ir a Nueva York, o tal vez Roma. Si el destino era Nueva York sería un problema, ya que solo había suficiente combustible como para volar a San Francisco, así que tendrían que parar para cargar más.

Y si quería ir a Roma, el problema sería aún mayor: nadie a bordo estaba calificado para hacer un vuelo internacional.

Finalmente, se le permitió al capitán Cook hablarle directamente a los pasajeros: “Si han hecho planes en San Francisco”, dijo, “no piensen en cumplirlos, porque van a ir a Nueva York”.

Después de negociar, Minichiello acordó dejar al capitán aterrizar en Denver para cargar suficiente combustible para llegar hasta la costa este. Cuando sobrevolaban Colorado, Cook alertó por primera vez a la torre de control aéreo que el avión había sido secuestrado.

Los planes cambiaron rápidamente: Minichiello dejaría bajar en Denver a los 39 pasajeros, pero insistió en que una de las asistentes de vuelo se quedara en el avión. La que se quedó fue Tracey Coleman.

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Minichiello había pedido que se apagasen las luces del Aeropuerto Internacional Stapleton en Denver cuando aterrizara el avión. No quería despertar sospechas, y había prometido liberar a los pasajeros si no surgían problemas.

Los pasajeros que bajaron del avión en medio de una noche fría y brumosa fueron recibidos por un agente de rostro serio del FBI.

El alivio de quienes bajaron era evidente. Los condujeron por un corredor oscuro de la terminal donde los esperaban un montón de agentes del FBI, que se habían apresurado a llegar al aeropuerto para tomar nota de los testimonios de los 39 pasajeros y las tres aeromozas.

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Los integrantes de la banda Harpers Bizarre, que pudieron bajar en el aeropuerto de Denver, dijeron que esta fue la mayor publicidad que jamás habían tenido.

Los integrantes de Harpers Bizarre recordaron las palabras que una vez les había dicho su manager: si estaban en problemas, lo que fuere, que lo llamaran primero a él antes de contactarse con el hospital o la policía.

Lo hicieron, y la táctica dio resultados: decenas de reporteros se acercaron para escuchar su historia. “Fue la mejor publicidad que jamás hayamos tenido, por lejos”, le dijo Dick Scoppettone a la BBC.

Después de días de entrevistas, las asistentes de vuelo regresaron a sus casas en Kansas City, mientras los noticieros continuaban reportando sobre el curso que seguía el secuestro.

Delmonico pasó un día sin poder dormir en su casa. Esa noche, la llamó el FBI y los agentes le preguntaron si podían verla. Llegaron a las 11 de la noche y le mostraron una foto.

Era la imagen de Raffaele Minichiello. “Sí, es él”, dijo.

Era un rostro que volvería a ver casi 40 años después.

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El vuelo continuó tranquilamente desde Denver. Minichiello se acomodó en primera clase con el arma a su lado, ya más tranquilo. Se preparó un trago con dos botellas pequeñas que encontró (una de whisky y otra de ginebra).

Solo cinco personas quedaban a bordo del TWA85 -el capitán Cook, el copiloto Wenzel Williams, el ingeniero de vuelo Lloyd Hollrah, la asistente de vuelo Tracey Coleman y el secuestrador.

El avión aterrizó en el aeropuerto John F. Kennedy tarde por la mañana, y estacionó lo más lejos posible de la terminal. La orden del capitán, al igual que en Denver, fue que se acercara a la nave la menor cantidad de gente posible.

Pero el FBI estaba listo y deseoso de detener al secuestrador antes de que sentara el precedente de llevar un vuelo doméstico hacia otro continente.

Cerca de 100 agentes estaban esperando al TWA85, muchos disfrazados de mecánicos, con la esperanza de subirse subrepticiamente a la nave.

Minutos después de aterrizar, cuando estaban a punto de cargar combustible, el FBI empezó a aproximarse al avión.

Cook habló con un agente a través de la ventana de la cabina, que quería que Minichiello se acercase a hablar con ellos.

“Raffaele corría por los pasillos de arriba a abajo, para asegurarse de que ninguno tratase de entrar”, le dijo Wenzel Williams a la BBC. “Pensó que le dispararían si se acercaba a la ventana”.

Sin despegar un ojo de su pasajero, el capitán le advirtió a los agentes que se alejaran del avión. Poco después, se escuchó un disparo.

Bangor Daily News
El TWA85 con su nuevo capitán a bordo.

La versión aceptada de los eventos es que Minichiello no quiso disparar, y que fue un accidente.

La bala perforó el techo pero no penetró el tanque de oxígeno o el fuselaje.

Pero a pesar de que aparentemente fue un accidente, hizo temblar a la tripulación y les recordó que sus vidas estaban en riesgo.

Cook -quien estaba seguro de que el rifle había sido disparado a propósito- les gritó a los agentes por la ventana, y les dijo que el avión partiría inmediatamente sin cargar combustible.

Dos capitanes de TWA con 24 años de experiencia y que podían hacer vuelos internacionales, Billy Williams and Richard Hastings, se abrieron paso a través de los agentes del FBI y subieron al avión.

“El plan del FBI era casi una receta para que matasen a toda la tripulación”, le dijo más tarde Cook al New York Times.

“Estuvimos sentados con ese niño casi seis horas y vimos como pasó de ser casi un maníaco furibundo a ser un joven relativamente complaciente e inteligente con sentido del humor. Y luego esos idiotas… deciden irresponsablemente cambiar de idea de cómo manejar a este niño sin basarse en ninguna información, y toda la confianza que habíamos logrado construir durante casi seis horas quedó completamente destruida”.

Los dos pilotos nuevos, que no estaban con ánimos de entretener al secuestrador, se hicieron cargo del avión. Minichiello les ordenó a todos permanecer en la cabina con las manos en la cabeza.

El avión despegó rápidamente, sin suficiente combustible para alcanzar su destino: Roma.

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Veinte minutos después de que el avión saliera salido de Nueva York con una bala alojada en el techo, la tensión a bordo había disminuido, gracias en gran parte a que Cook había convencido a Minichiello de que la tripulación no tenía nada que ver con el caos en el aeropuerto Kennedy.

Lo que pasó allí hizo que el avión no pudiera cargar combustible, así que, en el lapso de una hora, el TWA85 aterrizó en Bangor, Maine, en el noreste de EE.UU., donde cargó suficiente combustible para cruzar el Atlántico.

Para ese entonces, la historia del secuestro y el drama en Nueva York había ganado la atención de todos los medios estadounidenses.

Fotógrafos y reporteros acudieron en masa al aeropuerto de Bangor.

Cerca de 75 policías se aseguraron de que la prensa se mantuviese lo más lejos posible del avión, para que nadie pudiese provocar al secuestrador.

Cientos de personas también se acercaron al aeropuerto para presenciar el acontecimiento.

El secuestrador divisó desde la aeronave a dos personas que miraban desde un edificio cercano. Cook, deseoso de marcharse, le informó a la torre de control: “Mejor que se apuren. Él dice que va a empezar a disparar si no se van”. Los dos hombres se marcharon de inmediato.

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A medida que el avión se dirigía al espacio aéreo internacional, un sentido de solidaridad empezó crecer entre quienes estaban juntos desde hace más de 9 horas.

Pero bajo la superficie, incluso mientras trataban de mantener contento al secuestrador, la tripulación continuaba temiendo por su vida.

Con los dos nuevos pilotos a bordo, Cook fue a sentarse con Minichiello. Intercambiaron historias. Cook le contó de cuando trabajó por primera vez como controlador aéreo para la Fuerza Aérea estadounidense.

El rifle permanecía entre los dos. Nadie de la tripulación intentó en ningún momento arrebatárselo, por temor a cómo reaccionaría.

Minichiello le preguntó a Cook en varias ocasiones si estaba casado y él le contestó que sí, a pesar de ser soltero. “Me pareció más inteligente”, le dijo más tarde al New York Times.

Asumió que era menos probable que le hiciera daño a las personas de la tripulación que estuvieren casadas.

“Me preguntó cuántos hijos tenía y le dije uno. Luego me preguntó por los demás y le dije: ‘Sí, todos están casados'”. De hecho, solo uno lo estaba.

Tracey Coleman, que por primera vez volaba fuera de EE.UU. o por más de cuatro horas, también pasó tiempo conversando con Minichiello.

Le enseñó juegos de cartas incluido el solitario. Era “un tipo muy fácil para conversar”, recuerda.

Él le contó cómo su familia se había mudado a EE.UU., y también que “había tenido unos pequeños problemas con los militares en EE.UU. y que quería regresar a su casa en Italia”, le dijo más tarde Coleman, la azafata, a una revista de aviación.

Ella durmió un poco durante el vuelo de seis horas de Bangor a Shannon, en la costa oeste de Irlanda, donde el TWA85 volvió a cargar combustible en medio de la noche.

Cuando el TWA85 atravesó zonas horarias al acercarse a Irlanda, y el 31 de octubre se volvió 1º de noviembre, Minichiello cumplió 20 años. Nadie celebró.

Media hora después de aterrizar en Irlanda, el TWA85 partió de nuevo en su último tramo de 11.000 km hacia Roma.

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El TWA85 sobrevoló el aeropuerto de Fiumicino en Roma temprano por la mañana. Minichiello tenía un pedido más: el avión debía estacionarse lejos de la terminal y debía venirlo a buscar un policía desarmado.

El secuestro estaba llegando a su fin, 18 horas y media después de haber empezado en el cielo de California.

Fue, según lo describió el New York Times en su momento, “el secuestro más largo y espectacular del mundo”.

En los últimos minutos del vuelo, Williams dice que el secuestrador ofreció llevar a a la tripulación a un hotel, una oferta que declinaron amablemente.

Minichiello temía que los castigaran por no haberle sacado el arma cuando tuvieron la oportunidad.

“Les di un montón de problemas”, le dijo a Cook. “Está bien”, respondió el capitán. “No lo tomamos como algo personal”.

En el aeropuerto, poco después de las 05:00, un Alfa Romeo se acercó al avión. De allí salió Pietro Guli, un funcionario de aduanas que se había ofrecido a recibir al secuestrador.

Caminó hacia la aeronave con las manos en alto, y Minichiello salió para encontrarse con él.

Siento haberte causado todos estos problemas“, le dijo Minichiello a Cook, y tomó nota de su dirección en Kansas City para poder escribirle más tarde y contarle lo que ocurriría después de separarse.

Los dos hombres caminaron hacia el auto, Minichiello aún con el rifle en la mano. Las personas a bordo sintieron finalmente un profundo alivio.

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Después de Los Ángeles, Denver, Nueva York, Bangor, Shannon y Roma, solo quedaba un destino: “Llévenme a Nápoles”, le ordenó Minichiello a Pietro Guli. Estaba de camino a su casa.

Cuatro autos de policía siguieron al Alfa Romeo, desde donde se escuchaban con dificultad las voces de los policías a través de la radio. Minichiello, sentado en la parte de atrás, la apagó y le indicó el camino.

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La policía lo buscó en la campiña de las afueras de Roma, pero no logró dar con su paradero.

En el campo, a unos pocos kilómetros del centro de Roma, el carro continuó su viaje por caminos que se hacían cada vez más angostos. Hasta que llegó a un punto donde no pudo seguir más y los dos hombres se bajaron del carro.

Al darse cuenta de que le quedaban pocas opciones, Minichiello entró en pánico y salió corriendo.

23 horas después de que el TWA85 dejara Los Ángeles, el viaje de Minichiello había llegado a su fin.

Tuvo que acabar por la publicidad que el secuestro había generado.

Durante cinco horas, cientos de policías con perros y helicópteros rastrearon las colinas alrededor de Roma en busca del secuestrador.

Pero al final, fue un cura quien lo encontró.

El sábado 1º de noviembre era el Día de todos los Santos, y la misa matutina del Santuario del Amor Divino estaba llena. Entre la gente muy bien vestida de la congregación, un hombre en camiseta y calzoncillos llamaba la atención.

Minichiello había buscado refugio en la iglesia después de haberse quitado su ropa militar y esconder su arma en un granero.

Pero su cara era famosa ahora, y el vicerrector, Don Pasquale Silla, lo reconoció.

Cuando la policía finalmente lo rodeó afuera de la iglesia, se mostró desconcertado -algo que los reporteros interpretaron como la arrogancia de un criminal joven- de que su coterráneos quisieran detenerlo.

“¿Por qué me están arrestando?”, preguntó.

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Minichiello bajo arresto en Roma. “¿Qué avión? No sé de qué me están hablando”.

Usó el mismo tono que utilizó horas antes cuando habló con los reporteros, tras un breve interrogatorio en la estación policial de Roma.

“¿Por qué lo hiciste?”, le preguntó uno de ellos.”¿Por qué lo hice?”, replicó. “No sé”. Cuando otro le preguntó por qué había secuestrado un avión, respondió con voz perpleja: “¿Qué avión? No sé de qué me están hablando“.

Pero en otra entrevista, reveló las verdaderas razones detrás de su acto.

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Cuando por la tarde de ese mismo día la noticia del arresto de Minichiello empezó a conocerse en todo el mundo, Otis Turner se encontraba desayunando en su cuartel de marines en California.

En una esquina, la televisión mostraba imágenes del secuestro y la persecución de su autor por la campiña italiana. “Luego mostraron una foto de Raffaele”, le dijo Turner a la BBC.

“Me quedé simplemente anonadado, absolutamente anonadado”.

Los dos hombres habían servido en el mismo pelotón en Vietnam y se hicieron amigos cercanos antes de que los separasen en EE.UU.

“En un principio estaba confundido”, agrega, “pero cuando lo pensé, me acordé que él había tenido algunos problemas y todo cobró sentido”.

Cuando ocurrió el secuestro, habían pasado cuatro años y medio desde que las fuerzas de combate estadounidense habían llegado por primera vez a Vietnam, y aún faltaban cinco años para la caída de Saigón.

EE.UU. abandonaría Vietnam después de haber fracasado completamente en su misión, dejando más de 58.000 soldados estadounidenses muertos, así como millones de vietnamitas -tanto combatientes como civiles- muertos.

La oposición en EE.UU. contra la guerra alcanzó su punto más alto hacia finales de 1969. Se estima que cerca de dos millones de personas en todo el país participaron en una marcha para acabar con la guerra dos semanas antes del secuestro.

Faltaba un mes para que se pusiera en práctica la lotería para reclutar a jóvenes estadounidenses para luchar, pero muchos miles de jóvenes ya se habían ofrecido como voluntarios, creyendo en ese entonces que la causa, luchar contra los comunistas de Vietnam del Norte, era válida.

Raffaele Minichiello fue uno de los voluntarios.

Raffaele Minichiello
Raffaele Minichiello en Vietnam.

En mayo de 1967, el joven de 17 años dejó su hogar en Seattle, a donde él y su familia se habían mudado después del terremoto en su tierra natal italiana en 1962.

Viajó a San Diego para alistarse en el Cuerpo de Marines y, para aquellos que lo conocían- un poco terco y entusiasta-, esto no fue una sorpresa.

Minichiello apenas hablaba inglés y sus compañeros de clase le tomaban el pelo por su fuerte acento napolitano antes de que abandonase la escuela por completo. Dejar los estudios significó el fin de sus ambiciones de ser un piloto comercial.

Pero estaba orgulloso de su país adoptivo y estaba dispuesto a luchar por él con la esperanza de que le permitieran convertirse en un ciudadano estadounidense naturalizado.

Otis Turner llegó a Vietnam aproximadamente al mismo tiempo que Minichiello, y sirvieron en diferentes escuadrones en el mismo pelotón de la Marina.

A ellos los enviaban a la línea de frente en la selva por varios meses para luchar contra las fuerzas comunistas.

Era uno de los trabajos más duros, recuerda Turner. “Estábamos en temperaturas de 49ºC, en la temporada de monzones. Era terrible. Vimos lo peor de lo peor”.

Hoy día, Turner recuerda con un vergüenza las cosas que les hacían hacer, y cómo las hacían. Su misión era brutalmente simple: entrar en poblaciones y ciudades y matar al enemigo.

“Desde que nos unimos al Cuerpo de Marines, todo fue básicamente matar, matar, matar“, dice. “Eso era todo lo que querían que hiciéramos”.

De los que estaban en el frente, Minichiello solía ser quien dirigía al grupo. Esto hizo que se viera involucrado en tiroteos que mataron a amigos cercanos y lo llevaron a salvar a otros que estaban en peligro.

Fue galardonado con la “Cruz a la valentía”, que entregaba el gobierno de Vietnam del Sur a aquellos que habían mostrado un comportamiento heroico durante la guerra.

Estos hombres habían aprendido a actuar de una manera única -eran Marines, nacidos para luchar- y adaptarse a la vida cotidiana les resultó imposible.

“No hubo un tiempo para procesarlo todo y pensar en lo que habías acabado de hacer, ver a un profesional”, le dice Turner a la BBC.

“Había mucha gente enferma, confundida. Raffaele estaba así. Todos estábamos confundidos cuando regresamos de Vietnam”.

Turner dice que la mayoría de los miembros de su pelotón y el de Minichiello -incluido él mismo- fueron diagnosticados más tarde con trastorno por estrés postraumático (TEPT).

El Departamento de Asuntos de los Veteranos de EE.UU. estima que hasta un 30% de todos los que sirvieron en Vietnam sufrieron TEPT en algún momento de su vida (cerca de 810.000 personas).

Raffaele Minichiello no fue diagnosticado con este desorden sino hasta 2008.

Cuando un grupo de reporteros encontró al padre de Minichiello cerca de Nápoles -quien para ese entonces sufría cáncer terminal y había regresado a Italia-, éste supo inmediatamente por qué su hijo había secuestrado al avión.

“La guerra debió haber provocado un estado de shock en su mente”, dijo Luigi Minichiello. “Antes de eso, siempre fue sano”.

Pronto emergió otro motivo para explicar sus acciones. Mientras estaba en Vietnam, Minichiello había estado enviado dinero a su fondo de ahorro de los Marines.

Había llegado a juntar US$800. Pero cuando regresó a California, descubrió que en su cuenta solo habían US$600. No era suficiente como para viajar a Italia para visitar a su padre que se estaba muriendo.

Minichiello habló con sus superiores e insistió en que le diesen los US$200 que, en su opinión, le debían. Sus superiores ignoraron sus quejas.

Entonces Minichiello decidió resolver el asunto él mismo, aunque de manera muy torpe.

Una noche, entró furtivamente a una tienda de la base militar para robar US$200 en bienes. Desafortunadamente para él, lo hizo después de beberse ocho cervezas y quedarse dormido en la tienda, donde lo pillaron a la mañana siguiente.

El día antes de secuestrar al TWA85, tenía que presentarse ante una corte marcial en Camp Pendleton pero, como temía ir a prisión, se fugó a Los Ángeles. Se llevó con él un rifle que tenía registrado como un trofeo de guerra de Vietnam.

Contra todo pronóstico, Minichiello se convirtió en un héroe popular en Italia, donde lo presentaban no como un hombre armado problemático que había secuestrado un avión con pasajeros, sino como un joven italiano que era capaz de hacer lo que fuere por volver a su tierra.

Minichiello enfrentó un juicio en Italia y no pudo ser extraditado a EE.UU., donde podría haber sido condenado a pena de muerte.

En su juicio, su abogado Giuseppe Sotgiu lo describió como una pobre víctima italiana en una guerra extranjera inadmisible.

Fue juzgado en Italia sólo por los delitos cometidos en el espacio aéreo italiano y sentenciado a siete años y medio de prisión. La sentencia fue reducida durante una apelación, y Minichiello salió en libertad el 11 de mayo de 1971.

Vestido de traje marrón, el joven de 21 años salió de la prisión cerca del Vaticano donde fue recibido por una multitud de fotógrafos y periodistas.

“¿Estás arrepentido de lo que has hecho?”, le preguntó uno. “¿Por qué debería estarlo?“, respondió sonriendo.

Después de eso, su futuro se fue desdibujando. La promesa de una carrera modelando desnudo nunca progresó, tampoco la promesa de un productor de cine que quería convertirlo en una estrella de Spaghetti Western.

Tras abandonar la cárcel, Minichiello se estableció en Roma donde trabajó como camarero en un bar. Se casó con la hija del dueño, Cinznia, y tuvieron un hijo. En un momento dado tuvo una pizzería a la que llamó “Secuestro”.

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23 de noviembre de 1980El terremoto que destruyó la ciudad natal de Raffaele Minichiello en 1962 fue solo un precursor. 18 años más tarde, un sismo de 6,9 de magnitud sacudió el sur de Italia. Su epicentro estaba a tan solo 32 Km del ocurrido en 1962.Este fue el terremoto más poderoso en azotar a Italia en 70 años, y causó un daño inmenso en la región de Irpinia. Murieron cerca de 4.690 personas y 20.000 hogares quedaron destruidos.

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Esta población quedó completamente destruida por el terremoto de Irpinia de 1980.

Poco después, italianos organizados en grandes grupos comenzaron a llegar a la zona para distribuir ayuda. Uno de ellos era Raffaele Minichiello.

El hombre de 31 años continuaba viviendo en Roma, pero sintió la necesidad de viajar a su ciudad natal tres veces en dos semanas para llevar ayuda.

Su desconfianza hacia la autoridad alimentada durante sus años con los marines nunca lo abandonó. “No creo en las instituciones, por eso ayudo personalmente“, dijo. “Sé bien como es la gente que no cumple con sus promesas”.

En las ruinas dejadas por el terremoto, un Minichiello más arrepentido que antes empezó a emerger. “Soy muy distinto a quien fui”, dijo. “Lamento lo que le hice a esas personas en el avión”.

Su redención no llegó con el terremoto de Irpinia. Y su historia podría haber acabado de una forma muy diferente si su plan para otro ataque hubiera llegado a implementarse, aunque este plan era mucho menos elaborado que su secuestro.

En febrero de 1985, Cinzia estaba embarazada con su segundo hijo. Tras ingresar al hospital en trabajo de parto, ella y el bebé murieron como resultado de mala práctica.

Enojado y defraudado nuevamente por las autoridades, Minichiello diseñó un plan. Su blanco sería una importante conferencia médica en las afueras de Roma para llamar la atención sobre la negligencia que había costado la vida de su hijo y su esposa.

Se organizó para conseguir armas y perpetrar una venganza violenta.

Pero mientras planificaba el ataque, se hizo amigo de un colega joven, Tony, quien se dio cuenta de que no estaba bien.

Tony le enseñó la Biblia y le leyó algunos de sus pasajes en voz alta. Minichiello lo escuchó y, con el tiempo, decidió dedicar su vida a Dios y abandonó su plan de venganza.

En 1999, Minichiello decidió regresar a EE.UU. por primera vez desde el ataque.

Se había enterado de que ya no había cargos criminales pendientes contra él en el país, pero su decisión de no enfrentarse con una corte marcial no pasó sin consecuencias.

Su fuga hizo que le dieran una baja que limita el acceso a sus derechos como veterano.

Sus excompañeros de pelotón habían estado luchando para que le mejoraran los términos de su baja y reflejar sus servicios en Vietnam, pero hasta ese momento no habían tenido éxito.

“Raffaele fue un gran Marine, un Marine condecorado”, le dice a la BBC su antiguo compañero Otis Turner. “Era el tipo que siempre estaba en el frente. Se presentaba de voluntario para todo. Salvó vidas. Lo que hizo por su país, su participación en Vietnam… no dejas de lado a alguien así”.

Mientras su pelotón luchaba para limpiar su nombre, Minichiello les pidió ayuda con otra misión: encontrar a quienes estuvieron a bordo del TWA85, para disculparse.

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BBC

8 de agosto de 2009

Para el verano de 2009, Charlene Delmonico ya se había retirado hace más de 8 años después de 35 años trabajando como azafata para TWA.

De la nada, Delmonico recibió una invitación. ¿Estaría dispuesta a encontrarse con el hombre que una vez le apunto con un arma por la espalda?

La invitación venía de Otis Turner y otros integrantes de pelotón de Raffaele.

Delmonico reaccionó en shock. El secuestro había definido y cambiado su vida. ¿Por qué debería reunirse con el hombre que la había amenazado?

Su segunda reacción, como mujer religiosa, fue diferente. “Pensé: nos enseñaron a perdonar. Pero no sabía cómo lo recibiría”, le dijo a la BBC.

En agosto de 2009, Delmonico atravesó los cerca de 240 km que separan a su casa de Branson, en Misuri, donde Minichiello y sus compañeros de pelotón hacían el encuentro.

Allí se reunió con Wenzel Williams, copiloto del TWA85, que fue la única otra persona en aceptar la oferta de Minichiello. Cook se negó, algo que hirió al exsecuestrador, que creía que había desarrollado un vínculo con el capitán.

En una habitación del Hotel Clarion, Williams y Delmonico se sentaron en una mesa redonda junto a los compañeros de pelotón pero sin Minichiello.

Ellos les presentaron una carta donde decían qué esperaban lograr con el encuentro.

El apoyo que le brindaban a Minichiello convenció a Delmonico de que este era un hombre por el que valía la pena luchar.

Otis Turner
Raffaele Minichiello (izquierda) y Otis Turner (derecha) durante un encuentro del pelotón.

Después de un tiempo, Minichiello llegó y se sentó a la mesa. El ambiente se mantuvo tenso. Pero a medida que empezaron a surgir las preguntas, y Minichiello empezó a explicar lo que le había pasado, la tensión se fue aliviando.

Minichiello le parecía diferente a Williams: más pequeño y con un hablar suave. Parecía sentir el peso de la culpa cuando revivió el secuestro. Su arrepentimiento parecía sincero.

“De algún modo fue un cierre, escuché un punto de vista diferente”, dice Delmonico. “Probablemente sentí pena por él. Me pareció muy amable. Pero él siempre fue amable”.

Antes de irse, Minichiello les entregó a ambos una copia del Nuevo Testamento.

Dentro había escrito:

Gracias por su tiempo, muchas gracias.

Valoro que hayan perdonado mis acciones que los pusieron en peligro.

Por favor acepta este libro que ha cambiado mi vida.

Dios los bendiga mucho, Raffaele Minichiello.

Debajo, agregó las palabras Lucas 23:34.

El pasaje dice: Padre, perdónalos, por que no saben lo que hacen “.


¿Qué pasó después?

Raffaele Minichiello divide su tiempo entre el estado de Washington e Italia, vuela en un avión casero por diversión y tiene un canal de YouTube dedicado a la música de acordeón.

Su pelotón todavía sigue haciendo campaña por él. Mientras no logren cambiar los términos de su baja, no podrá recibir tratamiento por estrés postraumático ni otros beneficios que disfrutan los veteranos.

Minichiello se negó a ser entrevistado para este reportaje porque firmó un acuerdo provisional para hacer una película sobre su historia.

Según dice su obituario, el capitán Donald Cook “hizo su último vuelo al más allá el 30 de septiembre de 2012, después de una larga y valiente batalla contra el cáncer”

Charlene Delmonico – ahora Charlene Delmonico Nielsen -se retiró de TWA el 1º de enero 2001 después de 35 años en la empresa. Sigue viviendo Misuri.

La azafata Tracey Coleman le escribió a Minichiello mientras estaba en prisión, pero se cree que dejó su trabajo en TWA dos años después del secuestro. Se desconoce su paradero.

El copiloto Wenzel Williams está retirado y viven en Fort Worth, Texas.

Harpers Bizarre se desarmó a mediados de los 70. Dick Scoppettone tiene un programa en la radio local de Santa Cruz, California.

En diciembre de 1972, después de que secuestradores exigieron un rescate y amenazaron con estrellar un avión en una planta nuclear, el gobierno de Nixon finalmente introdujo medidas de seguridad en los aeropuertos, incluidos los escáneres electrónicos de todos los pasajeros.

Responsabilizó a un “nuevo tipo de secuestradores… inigualables en su crueldad”.


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