Ciudad Guatemala

La venta de niños, una práctica terrible…


De las crónicas del periodista Claudio Morán (2da. parte y final). Dos periodistas salieron a investigar el robo de niños. Así terminó esta historia.

  21 diciembre, 2016 - 18:41 PM
  • De las crónicas del periodista Claudio Morán –Segunda Parte y final–

Hombre preocupado con mano en la barbillaNery está inquieto. Se le nota en la mirada; siempre le ha temido a la gente armada, aunque le he asegurado varias veces que en El Mezquital todo será tranquilo. Solo iremos a verificar la presencia de esa “casa cuna”, donde engordan niños para venderlos a familias de extranjeros. Pero hay algo en él que me preocupa. Limpia y limpia su cámara, con ademanes nerviosos.

–¿Qué te pasa manito? –le pregunto para saber exactamente a qué atenerme en esta investigación. –No lo sé realmente. Es algo así como un presentimiento –me dice, serio, preocupado. Me hubiera gustado hacer otra cosa hoy y no venir aquí. Hay algo que no me parece bien. Creo que debimos investigar más esta fuente.

“Fijate que ni siquiera sabemos con qué nos vamos a topar –agrega. Es gente jodida la que está metida en esto del robo de niños y a mí, sí me da miedo. Lo peor de todo esto es que en el periódico ni siquiera seguro de vida tenemos, y si me llegara a pasar algo: ¿Quién va a ver a mis ocho patojos?

“Lástima que se enfermó el Chente, porque él estuviera aquí, y yo cubriendo las notas deportivas. Pero en mala hora le dio hepatitis a aquél. Mirá Claudio: si algo me pasa decile al director que le encargo a mi familia…

–Tranquilo, mano –le respondo un poco molesto–. Nada va a pasar; no creo que corramos peligro, si tan solo estamos siguiendo una pista. Lo que creo es que estás nervioso porque pronto nacerá tu otro hijo… Nery, ¿Por qué tenés tantos hijos?

–Así es el designio de Dios y ante eso nada podemos hacer si él decide que tengamos diez o doce, pues los tendremos. Nuestra religión nos enseña a no evitar la presencia de los hijos en nuestros hogares, porque cada uno es una bendición.

–Bueno, cada quién con su rollo, pero lo que sí te digo es que estés tranquilo, nada va a pasar. –Ojalá –dice sin convicción.

Una estructura creada para robar niños…

bebés y niños en sala cuna

La incertidumbre de Nery no deja de inquietarme un poco. Trato de serenarme y pensar en forma tranquila. Repaso mentalmente la confianza en la fuente, los datos entregados, de dónde proviene esta red, quién está en la sombra operando los hilos del tráfico ilegal de niños; y, me pongo nervioso también.

No le digo nada, pero reconozco que esta vez he actuado un tanto precipitadamente. Trato de alejar los malos pensamientos, los malos augurios, y me digo que la intranqulidad del fotógrafo se me pegó en un mal momento, pronto llegaremos al sitio y debo estar controlado; nada puede salir mal.

La casa es de madera. Nada parece indicar que adentro haya niños que están siendo engordados para venderlos al extranjero. Dejamos el carro a dos cuadras y caminamos por los alrededores, para ver cómo está la cosa.

Niños juegan en la calle.

Parece que nadie vigila la vivienda. Unos niños juegan en los alrededores y no prestan la más mínima atención a los dos extraños que caminan por las cercanías.

Al ver que todo está tranquilo le digo a Nery que vayamos por el equipo, y que iniciemos el trabajo. De nuevo siento correr por mi cuerpo la adrenalina; siempre ha sido así. Me gusta enfrentarme a lo desconocido, a lo inesperado.

Nery está pálido, pero no dice nada. Tan solo acepta mis sugerencias; sabe que oponerse le puede costar el trabajo y el mantenimiento de sus 8 hijos.

Llegamos a la puerta y toco con los nudillos. La puerta se entreabre y una señora con desconfianza nos mira desde su pequeña estatura. Le pregunto por la encargada.

–¿Para qué la quiere? Ella está ocupada –dice sin abrir la puerta. –Dígale que no le vamos a quitar mucho el tiempo. Mi nombre es Claudio Morán, aquí está mi tarjeta. Désela y nosotros esperamos aquí.

Alguien sostiene un arma de fuego que nos apunta.

La puerta vuelve a cerrarse. Nery, está listo para tomar las fotos. Ha hecho ya algunas de la fachada. Los minutos pasan. De nuevo la señora vuelve a entreabrir la puerta.

–Dice la señora que está muy ocupada, que si usted no hace el favor de esperar un rato. –Está bien –le digo, confiado en que podré hablar sobre la presencia de los niños, cuyo llanto se hace ahora audible.

El tiempo sigue su marcha. Creo que ya pasaron más de 15 minutos desde que la señora salió por segunda vez. Vuelvo a tocar la puerta. Silencio. Ni siquiera los niños se escuchan. Pego el oído a la puerta, pero el silencio se ha instalado en el interior de la casa.

Cuando estoy a punto de hablar con Nery, escucho el motor de un vehículo que se acerca a toda velocidad. El fotógrafo se está volteando a ver qué ocurre; el auto frena frente a nosotros y veo, como en cámara lenta, que dos armas de fuego nos apuntan.

periodistas atacados

El ruido de los disparos parece congelar todo a nuestro alrededor. Alcanzo a ver cómo Nery cae al suelo bañado en sangre; no atino a hacer nada. Ni siquiera mi instinto me salva: estoy parado, mientras las balas penetran en mi pecho, estallándolo en mil fragmentos de dolor, sangre y tejidos.

El auto arranca de nuevo. Desde el suelo lo veo alejarse; los niños han dejado de jugar y se han acercado a vernos. Curiosos, uno de ellos tiene la pelota de trapo en la mano. Lo ven todo como algo normal, como algo que siempre ocurre en su barrio. Herido, pero conciente, me arrastro hasta Nery: tiene los ojos bien abiertos y está bien muerto.

 

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