Ciudad Guatemala

De una buena vida a una terrible pesadilla


Entrelíneas con Haroldo Sánchez nos presenta una fascinante historia dividida en tres entregas literarias, drama de principio a fin y un inesperado desenlace para una terrible pesadilla.

  08 diciembre, 2016 - 17:16 PM
*Primera Parte del diario del periodista Claudio Morán

mujer

El puñal le entra sin obstáculo y del cuerpo brota la sangre como que si fuera el vapor y el agua de un géiser. No puedo detenerme; siento mi cuerpo bañado en un sudor fino y pegajoso. La mujer ha dejado de gemir, de resistirse. Creo que fue cuando el puñal le entró por cuarta vez. Jamás pensé que yo pudiera matar a alguien, menos a esta mujer. No sé qué me pasa; no siento ningún tipo de remordimiento.

Todo empezó hace varias semanas, creo que se debe a mi insomnio. Tengo serios problemas con el sueño, creo que es desde niño; ya ni me acuerdo cuándo empezaron a suceder cosas en mi cabeza.

A ella la encontré en la calle. La vi me vio. Fue en la 6ª. avenida. Le pregunté si quería un trago y contestó que se moría de sed. Fuimos un rato a La Bodeguita del Centro, ese bar bohemio de moda que está en el centro histórico. Tenía una voz ronca, por un momento me dio risa: pensé que me había encontrado con la hermana gemela de aquel presidente, a quien todos llamaban Pollo Ronco.

Entrelíneas Pesadilla seducción

Alta, tez blanca, ojos café y pelo negro, ondulado. Ni bonita ni fea. Ya tenía varios días de estar buscando un rato agradable con alguien y no me importaba quién fuera. Dijo llamarse Claudia y el apellido lo olvidé tan pronto terminó de pronunciarlo. A lo mejor porque estaba tratando de adivinar el tamaño de su busto, escondido en aquel horrible suéter de angora que lucía como si fuera un modelo francés.

La verdad es que no me importaba su nombre, menos su apellido. Siempre he tenido mala memoria para los nombres o los cumpleaños. A lo mejor fue por aquella vez cuando llevaron un payaso a mi fiesta de cumpleaños. No sé cuántos años tenía. Tan solo quedó en mi mente el terror que me inspiró aquel ser con nariz roja, pelo verde, zapatos grandes y un calzón enorme lleno de parches.

Pero lo que más miedo me dio fue su boca: enorme con dientes filudos como de tiburón. Lloré toda la noche, me dio calentura y durante muchos años de mi niñez, me oriné en la cama. Tenía ya 10 años y me obligaban a dormir con un pañal desechable. Y no digamos que, para dormir, me chupaba tres dedos al mismo tiempo.

Por eso odio los cumpleaños, así como llegué a odiar a mi mamá por contratar a ese estúpido payaso que se decía llamar Tomasito. Hasta el nombre me quedó grabado por mucho tiempo.

Entrelíneas Pesadilla seducción

Claudia fue amable desde el primer momento. Creo que también ella tenía necesidad de afecto; quizás se sentía tan sola como yo. En La Bodeguita escuchamos a Gad Echeverría, quien interpretaba a Pablo Milanés, cantaba poesía de Otto René Castillo y de otros chavos que hablaban de las cosas bellas de la vida. A media noche, Claudia me preguntó si queríamos ir hasta su casa, allá por el Cerrito del Carmen.

Tomamos un taxi  y cuando sentí estaba sentado en su sala. El lugar era acogedor. En las paredes lucía infinidad de recortes de prensa: era como un mosaico donde destacaban fotografías de asesinos, secuestradores, incendios, accidentes y entierros.

–Y esto… –señalé la pared. –¿Qué tiene?, dijo. Me miró medio raro. Y me dio la espalda. Eso me molestó. Se paró frente a un espejo y se sacó el horrible suéter angora. Entonces  me quedé de una pieza: no tenía sujetador. Pero no fue eso lo que me paralizó, fue lo que sucedió a continuación: se desprendió un pecho. Abrí la boca sin saber qué hacer, ni qué decir.

Cáncer de mama

Me vio sin asombro, como acostumbrada a provocar esos gestos en otros hombres. Quizás ha visto mi reflejo en otros rostros, en otras noches, en otros lugares, aquí mismo. –Cáncer de mamá–, afirmó tranquila. Me miraba de frente, sin miedo, como desafiándome. –¿Te importa, acaso?, desafió. –Claro que no –respondí de prisa, tratando de asimilar la información.

Pero la verdad es que estaba impresionado. Jamás había visto algo parecido. ¡Una mujer con un solo pecho! A ella pareció no importarle y pronto andaba desnuda por el apartamento. Fue de la cocina a la sala, y de la sala al dormitorio. Como si yo no estuviera. A lo mejor para ella era normal y yo tenía que aceptar aquella situación.

Traté de serenarme. Tenía que hacerlo. Empecé a imaginar cómo sería hacerle al amor a una mujer así con una sola chiche. En la cocina dijo que me estaba preparando un té de canela; podía verla de perfil. El único pecho tenía la forma de una pera, se veía lindo, casi apetitoso. Pero cuando caminó hacia mi tuve que hacer un esfuerzo para no demostrar lo que estaba sintiendo: el vacío de su otro busto era horrible.

De lejos parecía un hoyo. De cerca, una enorme y fea cicatriz. Tomamos el té. Ella sentada en un sillón frente a mí, que me sentía prisionero de una silla de madera, vieja y carcomida por la polilla.

–¿Cómo te llamas? –me preguntó. –Espero que no te va vayas a reír: me llamo Claudio Morán, –respondí. –¡¿Qué?! –Y se rió. –Sí. Claudio –le dije serio. No fuera a pensar que quería tomarle el pelo. –Quiero que te quités la ropa –ordenó–. He descubierto que la gente es más auténtica sin ropa que con ropa. Siempre he pensado que una cosa es ver a una persona vestida y otra muy distinta verla desnuda. Así que, si no te importa, necesito que estemos tablas en eso de la desnudez.

Entrelíneas Pesadilla seducción

–Realmente a mí no me importa tampoco estar en pelota –respondí, quitándome la ropa. Claudia y Claudio. Qué cosas las de la vida. Eso de los nombres es una locura de verdad. Por ahí me enteré que hay un tipo que tiene 122 nombres; que bárbaro, seguro que ni siquiera se acuerda del nombre número 23.

Ya desnudos pensé que pronto iríamos a la cama, pero era evidente que Claudia tenía su propio rito en eso de hacer el amor. Me estaba envolviendo en una plática llena de aparecidos, muertos vivientes y espantos. Yo tenia que hacer un gran esfuerzo para no mirar el hoyo que ocupaba el lugar del pecho. Pero llegó un momento en el que ya no podía evitarlo. Se dio cuenta y calló.

–Mira Claudio, si te sentís incómodo, podés vestirte e irte a tu casa. Para mí estará bien. No hay problema. –Disculpá. La verdad es que esto es nuevo para mí. A pesar de haber leído mucho sobre el cáncer, jamás pensé que podía conocer a alguien que lo hubiera padecido. Menos en la mama –me oí decir.

–Dicen que es hereditario –explicó–, pero en mi caso es otra cosa. Hace dos años que me operaron. Estuve en terapia un año completo pero ya la dejé. No pensés que ha sido fácil. Llegar al extremo de mostrárselo a un hombre fue la lucha más tenaz de mi existencia. Pero finalmente soy una vencedora de mi propia vergüenza. Quiero que sepás que sos el primer hombre que me ha visto así. No soy una puta, si eso has pensado. Era esto: traer un hombre o lanzarme del puente Belice. Mejor hice lo primero, porque al fin y al cabo, creo que es mejor coger que caer  de una gran altura para hacerse pedazos.

Marihuana

–Si no te molesta –agregó–,  voy a fumar mariguana. Lo hago por el cáncer. Dicen los cuates que alivia el dolor. Es mariguana medicinal.  Le pregunté a mi oncólogo y dice que aunque no hay nada oficial sobre ello, puedo hacerlo. La verdad es que así me inicié y ahora no puedo dejarla. Si vos no querés, no hay problema. ¿Un jalón?… Bueno, date un toque. Vengo de una familia de mucho dinero. Crecí en la zona 14 y estudié en el Lehnsen.

Mi papá hace operaciones de cirugía a las viejas de fichas, pero yo no he dejado que me reconstruya el busto. Jamás dejaría que me tocara… eso pudo hacerlo cuando era niña, pero ahora primero le meto una bala que dejar que me toque.

“Montaba a caballo y eso fue mi perdición. Una tarde estando en El Cortijo, en la zona 12,  la coz de un caballo derrumbó mi mundo perfecto. Del golpe provino una infección y de la infección el maldito cáncer. De un día para otro, me convertí en un fenómeno de la naturaleza. Me fui de mi casa y ahora trabajo como traductora jurada. Detesto a mi madre porque jamás impidió la llegada de mi papá a mi alcoba. Aún siento sus sucias manos acariciando mi cuerpo con el pretexto de alejar a los espantos del cuarto.

El humo de la mariguana hizo su efecto en mi cerebro. Estaba impresionado. Claudia, era evidente, tenía necesidad de hablar. La vi pararse e ir a poner un cedé de música cláisica: eran los Conciertos de Brandenburg de Johann Sebastian Bach, lo supe desde los primeros acordes, con sus allegros y adagios.

Etiquetas:

Relacionado

ÚLTIMAS NOTICIAS