Ciudad Guatemala

Cuadros de dolorosas costumbres en Guatemala


Esto que van a leer son retazos, o cuadros de dolorosas costumbres en Guatemala, donde cada día y en cualquier lugar, la realidad supera a la ficción.

  19 febrero, 2017 - 21:59 PM
El 14 de mayo de 1982, Carmen Sánchez Chen dejó a su hijo Manuel, de casi tres años, encargado con su vecina mientras se iba a bañar al río Chixoy.
Foto: www.mimundo-fotorreportajes.org

De tal manera amó Dios al mundo que mandó a su hijo unigénito para que fuera asesinado en los montes de Ixcán, Quiché. Fue tan solo ayer que se efectuó su entierro en el cementerio de la localidad. No circularán esquelas. Nadie lo lloró. Ni nadie lo extrañará.

Tiene en su mirada el dolor de muchos años arrastrando pobreza y miseria. Está confinada en una silla de ruedas. Pide limosna en una calle de la zona 10. Su hijo la deja allí todas las mañanas y la recoge muchas horas después. Dejada como a su suerte. Sus dedos ajados por el tiempo y la artritis, se extienden para recibir las limosnas que las personas dejan caer en el cuenco de sus arrugadas manos. No tiene historia conocida. Solo un presente donde se limita a rogar porque le regalen unos cuantos centavos, para el sostén de una familia que la explota y la regaña si llega con poco dinero.

niña prostituyéndose

Desnuda se envolvió en la sábana sucia de muchas noches de uso en el maloliente cuarto que le servía de vivienda provisional en aquel hotel barato. Con 17 años, no tenía otra vida más que la de vender su escuálido cuerpo para poder sobrevivir. El hombre de aquella noche hacia rato que se había marchado. Vio los 100 quetzales sobre la mesa y una lágrima se le escapó al recordar cómo la golpeó. Era un catrín que gozaba haciendo sufrir a las mujeres y pagaba para ello.

RIOS MONTT¡Usted papá! ¡Usted mamá!

Así tronaba la voz del dictador del momento a través de la pantalla de la televisión. Corría 1983 y eran los últimos meses de su gobierno de facto. Años después,  al ver la fotografía de aquel hombre mesiánico como presidente del Congreso, le trajo muchos recuerdos. Como aquella vez que tuvo que salir corriendo de la aldea, arrastrando a su familia, en plena noche, porque llegaron unos uniformados a quemar lo que encontraban a su paso. Decían que buscaban guerrilleros, pero en la aldea solo habitaban familias pobres de campesinos.

Le hizo el alto al vehículo. Mientras su otro compañero tomaba distancia, vigilante. Listo para cualquier eventualidad. Se acercó al piloto y le pidió la licencia y la tarjeta de circulación. El hombre, nervioso, se buscaba por todas partes los papeles, mientras el agente tomaba nota mentalmente que tenía en sus manos a un indocumentado chofer. Le hizo bajar del carro y sin más preámbulo le dijo que por unos cuantos billetes, mejor si eran de a 100, todo estaría olvidado y podría seguir su camino. Total ya pronto sería el Día del Cariño… y este era el mes de la amistad.

En la oficina de aquel alto edificio se tenía una vista panorámica de la ciudad. El verdor de los árboles y el fondo de las montañas, le daban un ambiente de quietud que se acentuaba con la música clásica. Los tres hombres elegantes, con sus vasos de whisky, hablaban sobre el futuro del país. Dos eran diputados de la bancada oficial, que negociaban un enorme soborno a su interlocutor, un comerciante que tenía su fortuna gracias a las entradas ilegales de mercadería de contrabando, lo que había hecho durante muchísimos años.

Niño oliendo pegamento

El asesor del presidente del Congreso le tomó el brazo de manera amigable, pero firme y un tanto abusiva. Le llevó hasta las cercanías del hemiciclo para ofrecerle mediante sutiles amenazas, 3 mil quetzales al mes, para que el reportero de la fuente se convirtiera en otro más de su larga lista de periodistas comprados, vendidos, corruptos. No contaba ese asesor, que aquel reportero, no solo no aceptó el dinero, sino que lo había grabado y denunciado el hecho a la dirección de su medio que luego lo hizo público.

Inhaló fuertemente la bolsa que contenía pegamento…

Sintió un agudo zumbido en la cabeza y cerró los ojos. Fue como un vahído, todo empezó a dar vueltas, sin parar. Volvió a insistir: casi metió la cara en la bolsa de plástico. De nuevo esa sensación de vértigo. Así, siguió hasta que se olvidó de todo. Del hambre. De su miserable vida. De dónde estaba. Hacía dónde iba. Y quién era.

Cargó sobre su espalda el enorme bulto. Su cuerpo casi desapareció bajo aquella mole de verduras. Su rostro se contrajo con el esfuerzo. El mecapal se le hundió en la frente. Con paso vacilante pero firme, anduvo el camino que le llevaba del camión al puesto de venta. Su vida no cambió nada al venirse a la capital. Del mecapal con leña en la aldea pasó al mecapal con bultos en la Terminal. El sueño de una vida mejor, se le esfumó antes de comenzar.

Guatemala

Estaba destrozado. Su mundo había cambiado de la noche a la mañana. Todo empezó cuando su padrino, el alcalde, lo llamó una noche a su casa para pedirle que se encargara de una nueva empresa. Aunque él no sabía nada, pero nada de ser empresario, su padrino le quitó el miedo. Le dijo que solo tendría que firmar documentos y que él se encargaría de todo. Que no se preocupara. Hoy, en la cárcel, no entendía el por qué el alcalde, su padrino, había dicho que no lo conocía y que tan solo se trataba de alguien que había traicionado su confianza. El juez lo envió ocho años a prisión por lavado de dinero.

acoso sexual acoso laboral

La secretaria se apresuró a terminar la carta. Sentía en su interior una lucha que duraba varios días. le urgía mantener aquel trabajo y el gerente de la empresa, que lo sabía, estaba molestándola, acosándola con ofrecimientos sexuales. Se debatía entre el deseo de un rechazo directo y el apremio por el dinero que ganaba en la oficina. No estaba para darse el lujo de quedarse sin empleo, pero tampoco podía soportar la humillación a que la sometía su jefe. Desesperada buscó ayuda y lo denunció ante el dueño. Ahora llora en su casa porque la despidieron, no le creyeron, pero se siente orgullosa de ser una mujer íntegra, aunque desempleada.

Esto que acaban de leer son retazos, o cuadros de costumbre en una sociedad como la nuestra, donde cada día en cualquier lugar, se dan situaciones que aunque pasen desapercibidas, ocurren, porque aquí, en este país, la realidad supera a la ficción.

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