Por el derecho de expresarnos… [Haroldo Sánchez Sin Reservas]

La libertad de emisión del pensamiento es un derecho de cualquier persona. A nadie se le debe vedar el derecho de decir lo que piensa, aunque ello conlleve la crítica y la descalificación.

En la Constitución de Guatemala está muy claro ese derecho a la libre expresión y aunque mucha gente piensa que solo atañe a los periodistas, no es así.

Los guatemaltecos están amparados bajo ese decreto, donde queda claro que nadie podrá oponerse a esa conquista de una sociedad que estuvo bajo el manto del silencio, porque cuando se denunció los males de los gobiernos, la muerte y el exilio fue el castigo del Estado.

Durante muchos años, Guatemala estuvo sometida a una ley no escrita, donde denunciar las injusticias de los distintos gobiernos se pagaba con un viaje al cementerio, para ya no salir.

Y es que son precisamente los funcionarios, sean presidentes, ministros, diputados, jueces, alcaldes, magistrados, a los que les cae como patada en salva sea la parte, las críticas que se les hacen por su mal proceder.

Los periodistas independientes en la mira de los corruptos…

Forma parte de la historia, que los periodistas reciben la cólera de los funcionarios corruptos. Para ellos lo mejor es matar al mensajero.

Como he repetido muchas veces, en épocas remotas, cuando llegaba el mensajero a decirle al rey que su ejército había sido derrotado a miles de kilómetros de distancia, la primera reacción del monarca era: ¡Maten al mensajero!.

Esta orden era por atreverse a llevarle tan mala noticia, sin ponerse a pensar que la derrota era porque su ejército se había enfrentado a otro mejor o bien, que las estrategias de guerra de sus generales, ya no eran las mejores.

Eso hacen los políticos en este país. Eso es lo que ordenan: maten al mensajero, aunque no de forma literal, aclaro, aunque en algunos casos como ocurrió con los colegas de Mazatenango, si lo hacen, ya que en este crimen hay un diputado de FCN-Nación, acusado por el MP y CICIG de ser el autor intelectual de ese horrendo y repudiable hecho.

Ese día se atentó en contra dos hombres desarmados que murieron, uno por estar en el lugar equivocado y el otro por atreverse a señalar precisamente a ese diputado que hoy se esconde en la bancada oficial a la espera que la ley le caiga con todo el peso por su terrible acto.

Si algún funcionario público aún tiene la capacidad del análisis y la reflexión, le pediría que piense por un momento que si no robara, si su trabajo fuera honesto y útil a la sociedad, nadie lo criticaría y por el contrario, la prensa se haría eco de sus grandes logros por la comunidad.

Pero como en la mayoría de ocasiones no es así, el mensajero, o sea nosotros los periodistas, estamos para anunciarle al rey que es el pueblo, lo que esta gente hace durante el tiempo que dura su mandato, ya sea en la presidencia, ministerios, congreso, tribunales, alcaldías, gobernaciones, o secretarías.

Además, que la función primordial de la prensa independiente, es la de denunciar no solo las injusticias, sino la corrupción y la impunidad que tanto dañan a millones de personas a lo largo y ancho de Guatemala.

No son los mensajeros los culpables. Son los mismos políticos y funcionarios. Ellos quisieran tener a la prensa a su servicio, aunque la hay que se rinde a sus dineros, los que se ponen de alfombra de los gobernantes, quienes tienen ese tufo de poder mal habido que corrompen lo que está a su alrededor.

Son los rey Midas del presente, solo que en lugar de convertir en oro lo que tocan, lo pudren y lo corrompen.

La lucha en contra de la corrupción en Guatemala será larga y los mensajeros las víctimas fáciles para el ataque, la descalificación y las campañas negras en contra de los periodistas honestos que solo buscan con su trabajo, primero dignificar esta profesión, y luego ponerla al servicio del pueblo y no de ningún interés político, económico, religioso o social.

Los mejores mensajeros trabajan por este país y seguirán así con su pequeña y gran lucha por que ustedes en casa, estén siempre bien informados, porque solo la verdad hace libre a los ciudadanos de un país.